En busca de la patata frita perfecta

View Original

BASTA

Hace muchos años, siendo muy pequeña, me atiborré a cruasanes de esos de bollo, de la marca Txindoki (ni idea de si siguen existiendo), rellenos de Nocilla y untados en Cola Cao. En mi casa generalmente las meriendas eran sanas, pero de vez en cuando tocaba premio, y recuerdo ese sábado que mis padres estaban echando la siesta, me subí a una banqueta de mimbre, después a la encimera de la cocina que aún era de madera, y conseguí llegar al armario de lo prohibido. Me hice el colacao al lado de la radio antigua que había en esa encimera y empecé a comer un cruasán detrás de otro, como si los fueran a prohibir al día siguiente, como si los franceses, a 20km de esa cocina, me fueran a decir que no era digna de comerlos a partir del domingo y me fueran a hacer un test para ver si tengo trazas de algo que no sea mantequilla en mi organismo para mirarme con desprecio.

Esa tarde noche la recuerdo aún porque, evidentemente, semejante atracón me sentó fatal. Ese día aprendí que había límites con la comida, y que no por gustarme mucho algo, tenía que seguir tomándolo, porque nada en exceso sienta bien. También recuerdo la primera vez que bebí, en el difunto Egarri. 2x1 en katxis. 6€. Me bebí uno de vodka limón. Aprendí esa noche también.

Me gustaría que para todo tuviéramos algo, un acto reflejo, que nos dijera cuándo tenemos que decir basta. Basta a personas que no te hacen sentir bien porque juzgan cada paso que das. Porque te contestan como si fueras dentro de un mismo grupo una persona de segunda. Personas que desprecian cada uno de tus comentarios, y personas que solo ponen buena cara cuando te van a pedir un favor. Basta de las personas que se aprovechan.

Pero estas son cosas que vemos pero no queremos ver. Cosas que dejamos a veces pasar por no querer discutir. Pero ojalá un pilotito rojo, un tamagotchi, una alarma en el móvil que nos dijera: ahí no, cuqui.

Sin embargo, hay otras que cuestan más ver, con seres extra queridos. ¿Hasta dónde tenemos que aguantar ciertas cosas? ¿Cuál es la gota que colma el vaso? ¿cómo sabemos si merece la pena perdonar? Porque hay muchísimas relaciones en las que tenemos infinita mayor manga ancha y de repente llega un día, llega un momento, un punto de inflexión que nos hace preguntarnos por qué permitimos ciertas reacciones y nunca hay consecuencias por nuestra parte. Un email que nos diga: “amiga, date cuenta”. Un The Pattern o Co-Star diciéndome lo que tengo que hacer o que me diga dónde tengo que poner los triángulos de emergencia para verlos la siguiente vez que pase por ahí.

Un día de estos voy a que me echen las cartas. Y no me digáis basta.