Meriendas disfuncionales
Mañana me voy a Barcelona por trabajo y solo hay una cosa que realmente me hace ilusión de los próximos días, y es que voy a un hotel que me gusta mucho, una cama muy grande, una ducha con muchísima presión y, sobre todo: el desayuno.
Adoro desayunar en hoteles. Pero no voy a escribir sobre desayunos en hoteles porque eso ya lo hizo de una manera excelente alguien a quien admiro mucho.
Igual un poco sí que tengo que hablar, pero solamente para decir que me gusta desayunar sola en hoteles. Tener mi ratito, elegir mezclas imposibles, comer bacon como si estuviera en Irlanda, y granola con yogur.
Los encuentros con comida y/o bebida son tan distintos entre sí, que podría decir que incluso tienen una intimidad distinta. Por ejemplo: salvo en viajes con mis amigas, el desayuno me parece algo muy íntimo. No me gusta quedar para ir a desayunar. Me parece una aberración quedar para desayunar. Cuando quedáis para desayunar, ¿vais en ayunas? ¿tomáis café? ¿qué hacéis? No lo entiendo. Me parece el momento, relacionado con comida, más íntimo del día. Acabas de despertar, aún no han empezado las actividades diarias, es el momento en el que leo Twitter (no sé a quién quiero engañar, leo Twitter a todas horas), leo un poco en mi Kindle, me gusta el silencio, pero a veces me gusta poner algo de música, durante años he escuchado ‘Hoy por Hoy’ o a Federico, es mi momento a solas o con mi pareja. Es muy importante lo de tener parejas que estén en la misma frecuencia, y eso es importante saberlo desde el principio.
El brunch, que lo practiqué más habitualmente en el Liberty Grill de Cork porque echo de menos ese sitio todos los días de mi vida, es algo distinto. El brunch puede ocurrir a las 12:30, con mimosas, después de haber tomado un café, una tostada, dar un paseo, despejarme, y haber llevado a cabo todos mis rituales.
Durante años, con una persona que pudo haber sido pero nunca acabo por ser, quedaba para ir a comer. Siempre comer. Nunca cenar. Si íbamos los dos a comer, pensaba que la luz del día hacía aquello menos reservado, supongo que siempre supe cómo acabaría aquello. Si no era de noche éramos dos amigos yendo a comer, poniéndonos al día y no era una cita, supongo. Pero cuando fuimos a cenar, efectivamente, eso se convirtió en una cita, una cita, con su beso, con su mensaje de después. Una hora distinta y todo se convirtió en algo distinto.
La mejor primera cita de mi vida empezó de día, aunque fuimos a por comida, no podría decirse que era la hora de comer, era muy tarde para la hora de comer, compartimos una pizza, unas pintas, y se nos hizo de noche, en nuestra primera cita fueron apareciendo otras personas que no sabían que eso era una cita - nosotros tampoco- y se hizo de noche, cenamos, fue uno de los mejores domingos de mi vida y fue el principio de lo más bonito que he vivido en mi vida. Nos despedimos en el puente de delante de mi casa, y dejamos de despedirnos aquel día.
Los domingos son los desayunos de mi semana. No los comparto con cualquiera. Los domingos son el día en el que me recargo, no suelo quedar, en general. Puedo ir a pasear, al cine, ver una serie entera en Netflix (como este fin de semana) y rara vez contesto a los Whatsapps. Pero hay personas con las que de repente, a las 5.30am de la madrugada del sábado al domingo, que piensas en ellas, les escribes un mensaje y dices: mañana vamos a merendar.
Merendar es algo que no hago muy habitualmente, ni siquiera semi habitualmente, ceno muy pronto (muy, muy pronto) y casi nunca me acuerdo de merendar, el dulce me gusta después de las comidas, pero no como mucho.
Sin embargo este domingo, después de haber salido el sábado, y tener un sueño que no me tenía en pie, no podría haber hecho un plan mejor que ir a merendar. Dos horas con personas maravillosas, inteligentes, con quienes puedo relajarme y no ocultar absolutamente nada de mi vida. Eso, donuts, y café (descafeinado). De cañas te puedes ir practicamente con cualquiera, pero el domingo me di cuenta de que merendar en domingo era un acto tan íntimo para mí como desayunar.
Y lo volvería a repetir muchas veces.
Merendar con parte de la familia disfuncional, equipo de marujeo y puesta al día en current affairs me dio más energía que cualquier granola en el mejor hotel que pueda imaginar.
(Un beso al único que me lee de esa mesa de domingo <3)